Hay momentos en la vida en los que todo parece desordenarse. Los cimientos se tambalean, las certezas se desvanecen, y por fuera parece que atravesamos una crisis. Sin embargo, dentro de mí, algo muy distinto estaba ocurriendo.
En medio del caos, había una presencia suave, silenciosa, pero firme… una certeza sin palabras que me decía que estaba a punto de encontrar algo importante. No sabía muy bien qué era, pero lo sentía profundamente: un anhelo de verdad, de algo auténtico, puro, sin condiciones. Y sobre todo… un anhelo de un amor diferente, inmenso, inexplicable. Un amor que no se puede poner en palabras, porque no es algo que se explica, es algo que se recuerda.
Era como si mi alma estuviera buscando desde siempre no un amor idealizado ni de cuento, sino un amor leal, profundo, eterno, que diera paz, serenidad y una sensación muy extraña pero familiar: la de estar completa. Entera, como si por fin todas las piezas encajaran.
Durante mucho tiempo creí que ese amor vendría de fuera. Pensaba que en cualquier momento aparecería alguien, o algo, que me haría sentir eso. Y sin embargo, con el tiempo, descubrí algo que lo cambió todo: ese amor no viene del mundo exterior. Ese amor ya estaba dentro de mí.
Era, en realidad el recuerdo de haber estado en casa. Una casa sin muros, sin dirección física, sin nombres, ni rostros, pero llena de luz, de verdad y de esencia. Una casa que no se encuentra: se recuerda.
Para mí, eso es volver a casa. Es volver a esa parte de nosotros que ya ha conocido la plenitud, la unidad, la lealtad profunda del alma. Volver a casa es comprender que no estamos buscando nada nuevo, sino que estamos recordando lo que ya somos.
Ese Amor con mayúsculas no lo inventé, ni lo imaginé. Lo sentí porque, de algún modo que no sé explicar, ya estuve ahí. Y ahora cada paso que doy hacia dentro, cada vez que me escucho en silencio, cada vez que dejo de buscar fuera, regreso un poco más a ese lugar.
Porque el verdadero hogar no está en otro, ni en el pasado, ni en el futuro, está en lo que somos cuando nos despojamos de todo lo demás. En la luz que ha vivido siempre en el centro de nuestro Ser.
*Mensaje para quien me lee:
“no te impacientes, no te exijas, sólo recuerda. Tú ya has estado ahí. Y puedes volver siempre.”